lunes, 13 de mayo de 2013
Ilustraciones
Dibujos de los cuentos según la imaginación
PIUSHIG (Tras las vertientes del río Paraguá) |
ERISIÍRS (El dueño y protector del monte) |
El jichi del río Paraguá |
Los tiempos de esclavitud |
Miguel Alberto Salas Vaca, del Col. Seminario "San Ignacio".
Erland Efrén Salas Vaca, de la Unidad Educativa "San Andrés".
Tras las vertientes del río paraguá
Corría tedioso e inexorablemente el tiempo detras de las serranías precambrinas de chiquitos que a lo lejos se divizaban verdiazules, mientras que el Sush por orden de Bae Tupásh se detuvo en el cielo, acercandose a la Ciísh un poco más de lo acostumbrado, cambiando el rumbo de su cutubiush, por causa de extrañas fuerzas enviadas por el temible chovoreca, provocando un extraño fenómeno en el clima de las tierras chiquitanas, al límite de ocacionar una tremenda sequía que secó los ríos, las lagunas, aguadas y pantanos.
La sequía duró más de dos siglos solares, lo que ocasionó un cambio brusco en el modo de vida de los oriundos del lugar, tanto en las especies humanas como en el habitad de los animales y las plantas.
La niíunsh se fue entristeciendo y secando poco a poco. Los enormes árboles se volvieon negros, como el humo y la tierra en cenizas polvorientas. El fuego dio cuenta de las pampas y montes en muchos lugares, como por arte de magia. Las pocas hojas desparramadas en el suelo permanecían aquicharadas e inmóviles, porque ni el viento soplaba. Los pocos animales que por un derepente se dejaban alcanzar con la mirada, deambulaban de un lado para otro, débiles y flacos buscando agua, y la poca que había la fueron acabando, como acabaron con ellos los cazadores que los espiaban en algunas pozas y salitrales que aún no se habían secado por completo, donde los animales bajaban a chupar el barro. Los chacos de aíz no se dieron, las espigas de arroz blancas y sin cuajar quedaron en pie sin ser cosechadas. Las mazorcas de maíz tambien quedaron chuzas y sin crecer ni engrosar el tallo en el terreno petrificado.
Los percheles no tenían ni un grano que guardar, al igual que los zurrones de cuero de huaso y hurina.
La gente desesperada, comenzó a buscar su alimento en el monte que se iba muriendo, que se iba secando en vivo. Escarbando la tierra, iban arrancando tancapí, balusa y otras raíces comestibles, para comerlas sancochadas. Las palmeras, los totaís, motacú y marayaús, fueron tumbados para sacar la harina de sus frutos, y de su cogollo extraían el palmito para comer una a dos veces al día.
Las trampas para cazar dieron cuenta de toda clase de animales que acabaron en la olla de barro de los pobladores en la gran chiquitanía. Ya ni huella se encontraba en los montes secos achicharados. Los cazadores se perdían en el monte dos o tres días, para volver sin nada a sus pauhichis. El agua la obtenían de unos bejucos y unas raíces abultadas que cortaban, partían con machete y succionaban para calmar la sed que implacablemente atormentaba su garganta.
Sin embargo en la casa de Piushig, un brujo temido que vivía alejado del rancho por sus extrañas artes de convertise en tigre o en cualquier clase de animal , todo era diferente. No faltaba nada, las chapapas tenían carne suficiente secando al sol, y los graneles estaban repletos de arroz y de maíz colgando del parral, por montones, jocos,zapallos, yucas y camotes tirados en el suelo de la cocina, esperaban ser metidos en la olla o en el rescoldo para comerlos asado.
Los vecinos por boca de uno que fue a visitarles se hizo el quedao, porque el hambre aprieta y es sinvergüenza, sabiendo de la abundancia del brujo iban a visitarlo y veían que nada faltaba en esa casa. Él desde el comienzo los recibió bien; cosa extraña, pues pensaban que era un brujo malo. Un mate de narrísh con harto jachi entretenía al siripi de los visitantes, y como siempre, haciendose los quedao comian de todo.
Poco a poco la fama del Piushig se extentió en la comarca y los demás rancheríos vecinos. Fue así que la concurrencia a su casa se hizo más nutrida. Todo el mundo hablaba bien de él. Hasta que un día el brujo, en el patio de su casa, despues de servirles el almuerzo en escudillas de barro y conchas de río, como cucharas, y después de las palabras acostumbradas de agradecimiento de la gente del lugar, que se desmedía en atenciones y alagos, les dijo: " estoy sufriendo de ver a mi pueblo sufrir y muriendose de hambre por falta de agua, porque no llueve ni corre el río a causa de la tremenda sequía. Y alguien tiene que sacrificarse, y ese alguien seré yo. Ustedes no saben lo que tengo que hacer para atenderles y darles de comer. Así que traigan los instrumentos y toquen una música alegre. Que suene la flauta, la caja y el bombo, que voy a danzar".
Empezó a decir unas palabras que los indígenas no entendían, porque no era un dialecto que hablaban ni era castellano, y el piushig empezó empezó a dar vueltas diciendo: 2Siganme vaya donde vaya, sea como sea, y esté como esté, porque yo abriré la vertiente que está atorado porque el jichi a muerto, a causa de la ambición de ustedes, que embarcascaron las aguas y quemaron los montes, las pampas y praderas.
Sonaron los instrumentos con un aire chiquitano de carnaval grande de los tiempos de Ticañé, y todos bailaron "la rueda grande" tomados de la mano. El brujo, en el centro, bailaba solo, cuando derepente se fue convirtiendo en un remolino, y se fue achicando a la vista de todos, hasta convertirse en un torbellino levantando polvo y hojas a su alrededor. Fue en ese momento que callaron los instrumentos y la gente vio que el brujo había desaparecido, para convertirse en un cujuchi, que sin perdida de tiempo comenzó a cavar un hoyo en la arena blanca, apareciendo y desapareciendo en la tierra en su recorrido, guiando a los campesinos por montes y praderas, hasta que le vieron hundirse y no aparecer más. Entonces derepente empezó a brotar agua de la tierra, y poco después el agua brotó a raudales y empezó a abrirse cauce en la hondada, hasta convertirse en un río caudaloso. Una lluvia cayó a pleno sol, y esparció por el aire un denso olor a tierra quemada que inundó el aire fresco de la tarde.
El brujo había encontrado el ojo de la vertiente y destrancando la puerta, carcomiendo la osamenta del jichi que taponeaba el ojo de aquel torrente de aguas cristalinas, donde se divisaban peces de colores, en un lecho como espejo del cielo.
Piushig, el brujo, desapareció para siempre arrastrado por las aguas turbulentas, entre vericuetos y caminos subterráneos, de los tantos que alimentan el caudal del río Paraguá.
La gente aprendió la lección y nunca más volvió a embarbascar el río ni a quemar las pampas. Algunos piensan que el nuevo jichi del río es don Piushig, que vive en las profundidades de las aguas convertido en un nubaurrish o espíritu del agua.
Rescate y creación:
Ismar Dilio Salas Dorado.
Relato inicial:
Prof. Hermógenes Salas Pericena.
Recopilación:
Una alumna de la Prof. María Luisa Añez.
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