miércoles, 8 de mayo de 2013

LOS TIEMPOS DE ESCLAVITUD

La faena diaria había terminado en "La Hacienda" de los Castedo. Como todos los días, los peones se retiraban a descansar del ajetreo del día que por cierto era muy trabajoso.

La casa de teja del patrón era amplia, con horcones coloniales de cuatro alas y con amplios corredores, hamaqueros y hamacas atirantadas, donde la gente se mesía a descanzar en la siesta, y a tomarse un café para ahuyentar el calor de las tardes. Acobardaba escuchar el canto de los cucus en un rechinar inacabable, y el ladrido de un perro a la distancia correteando a las bacas en el potrero, seguido por un diestro en la lazada que terminaba por llevar la vaca o el toro al matadero de la hacienda, para que el patrón coma un churasco el día de su cumpleaño.

Al otro día, después de la fiesta, don Castedo se fue donde don Choma a pedirselo ha su hijo Juan para que trabaje de caballerizo y harreando ganao. Cuando ya estuvo grandecito lo votaron al chaco, para que haga tareas de diez de ancho por cien de largo, y despues quemar la chafra, para despues de las primeras lluvias meterle arroz, maíz, yuca, frjol y todo lo que la hacienda requiera para mantener la peonada de cuarenta personas. Cada grupo tenía un capataz a caballo y látigo en mano, revólver, cuchillo, machete y escopeta en bandolera, dispuestos a utilizarlas cuando uno de los peones desobedezca o incumplan con su tarea. Despues venían las recarpidas, la cosecha, la desgranada y el traslado de todos los productos a los percheles del patrón.

Después de terminar nuestra tarea nos daban de comer puro pututu, sinmanteca y sin carne, como pa' perros. Los de antes nos daban puej una ropita, unas dos camisitas, dos pantaloncitos y pa' las mujeres dos cortecitos de zaracita floreada pa' que se hagan su tipoy, y nada más. Pero, más se usaba el lienzo hecho nomás acá de hilo hila' o en huso, un lienzo grueso que duraba ¡ juchá ché,jarto puej! Teníamos que sembrar algodon alrededor del chaco del patrón  para que las mujeres tengan que hilar despúes de ir a carpir. Teníamos que darnos tiempo para todo. Para hacer nuestro chaco eran los domingos. Apenas podíamos sembrar cinco tareas para nosotros, donde sembrabamos de a poquito. No podíamos salir de la estancia del patrón, si alguno no cumplia con su tarea lo amarraban en un palo que había detrás de la casa grande y el capataz nos daba una arroba de colepeji en cada nalga, hasta que la sajaban y lo dejaban a uno como muerto. Era con salmuera que uno se recuperaba y otra vez volvía a vivir. Todos teníamos miedo de escaparnos. Al que se dejaba agarrar escapando lo encerraban en un cuarto, y le dejaban sin comer barios días en el cepo, con las manos amarradas al cuello. Y se escuchaban los gritos cuando los llevaban, y algunos morían ahí por orden del patrón.

Nos echábamos a dormir a las siete de la noche y nos despertaban a las doce.

Cuando comíamos carne era cuando moría una res o un chancho flaco, como osamenta. Cuando el patrón nos buscaba mujer, el cura iba y nos casaba en la hacienda. Uno se casaba y se echaba en un cuero o hamaca. Cuando hacía frío teníamos que juntar el jueguito. No podíamos robarle al patrón ni una gallina porque tenía su gallinero pegao, y todo era solo para él. Al igual que la leche y el queso.

Un día me acobarde de estar ahí.No había ni soltura. Así que decidí escaparme a sabiendas de que si uno se deja pescar le echan guasca hasta que lo matan. Yo me fui bien de noche, solito, Mi mujer no quiso acompañarme y yo me vine para San Ignacio. me quedé en "Los Cusis" un mes. Me puse a trabajar para un tal Ramón Burgos que me pagaba dos reales al día, era arta plata en esos tiempos tener cinco reales. Tardé una noche y media en salir, andaría unos treinta kilómetros, entre la madrugada y el medio día. Ahora yo aquí, libre, siembro arroz, yuca, maní, frejol y plátano. Salgo a cazar y a pescar y tengo hogura.

Cuando me escapé fue a pie nomás y sin tapeque, hasta que llegué a esa estancia y me invitaron los vaqueros. Don Ramón Burgos me atajó, me dio trabajo y me pagó. Cuando me tocó el cuartel, mi patrón les pagó a los militares y nos soltaron al otro día porque nos necesitaba en la estancia. Nos despachaban con nuestro patrón solamente a llevar huasca. Y es por eso que hasta ahora los caciques en las comunidades acostumbran a echar huasca cuando uno no hace los trabajos públicos o pelea en borracho con otra gente. Los carayanas son malos, malos eran con la gente. Estos mataban a huasca a sus peones.

Rescate y creación:
Ismar Dilio Salas Dorado.
Testimonio relatado por:
Juan Choma Chama.

1 comentario:

  1. menos mal que hoy somos libre de esa escalvitud, aunque aun somos esclavos de muchas cosas, como por ejemplo de nuestro miedos, de ser mas atrevidos en el buen sentido de la palabra a correr el riesgo de caer en el descubrimiento de nuevas cosas de este tiempo...seamos mas atrevidos...!!!!

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