ERISIÍRS
El dueño y protector del monte
Cuentan
muchos pobladores de nuestras comunidades chiquitanas, que los montes
de nuestra región tan extensa, tienen su dueño y protector. Se trata de
un Dios creador por el alma del pairr monkoka o paiconeca chiquitano,
cuyo espíritu protector, por el bien de las tribus que cazan y pezcan,
se encarga de darle lo que necesitan para la subsistencia, y es
vengativo con aquellos que se desmiden en la depauperación de los
recursos que nos brinda Bae Tupásh que es el amo y señor de todo lo que
nos rodea.
Muchos
iñumas cuentan historia fantasticas de este ser mitológico, fruto de
nuestra estirpe chiquitana, que se halla encarnado en las mentes de los
vivientes de cazadores del lugar, quienes atropellan montes en día sin
sol y noches sin luna, en busca de la carne del monte para alimentar a
su frondosa pole.
Las
churapas aseguran haberlo visto caminar por los montes, bajo los
árboles tachonados de bejucos y terrenos alfonbrados de espinas, sin
punzarse o hincarse en su caminar descalzo, deslizandose cauteloso,
sigiloso, y sin hacer ruido en su ir y devenir entre las hojas amarillas
de bosque seco y caliente del precámbrico paradisiaco.
Algunaos
aseguran haberlo visto cruzar los rios, caminando sobre el agua sin
hundirse, como flotando sin posar sus pies entre los taropes que bordan
de vede las aguas de los arroyuelos, aguadas y lagunas virginales. Hay
quienes dicen haberlo visto zambullirse totalmente, y cruzar los rios de
banda a banda, conteniendo la respiración por largo tiempo como si se
tratara de un lobito de río o alondra en usca de peces y, lo más
asombroso, verlo resurgir caminando sobre el lodo del pantano, sin
ahogarse.
Los
que aseguran haberlo visto vagar, sin antes haber escuchado hablar de
él, suelen pensar que se trata de la "trampa" o de un bulto extarviado
en el monte y, debido a su aspecto grotesco, han preferido quedarse
callados y con el temor contenido en la garganta. Dicen que anda como
perdido, totalmente desnudo, con una piel gruesa, cubierta con abundante
vellosidad con apariencia humana de abundante barba y bigote espeso que
se confunden con su melena montarás y descuidada. Su cuerpo macizo y
remachado, inspira a un hombre fuerte, resistente y feroz. Su pecho
relumbra a los rayos del sol o de la luna clara. Su abdomen deja
entrever una fibra musculosa de mucha tensión. Parece llevar, por encima
de la rodilla un grueso caparazón semejante a una cascara árbol,
grietosa, que bien podría decirse que es para no rasguñarse las piernas.
Le
siguen los pasos, una enorme yoperjobobo supervenenosa y mortal, un
macono que sobrevuela por donde él va, al que aveces se lo suele ver
posando en su cabeza mimetizando sus plumas con el color de la piel del
dios Deuño y Protector del Monte.. Tambien le sigue un tatú, que en
ocasiones se mete entre sus piernas y pierdes sus huellas de un rato a
otro, para aparecer delante como encaminando a su señor. Estos bichos
son los jichis que el hombre los considera como " espiritus protectores"
de su estirpe, de su familia, y que guían su caminar para que les vaya
bien en sus cacerías, y no les suceda nada malo. Mas, cuando algo no le
gusta al Dueño del Monte, él deja libre a la cascabel del chonono, la
yoperjobobo, para que tome venganza por las ambiciones desmedidas de los
cazadores o pescadores, los que perecen o sucumben ante el temible
Chovoreca o espíritu vengativo, que es la otra cara de Bae Tupásh, y
cuyo nombre esta prohibido pronunciar entre los chiquitanos.
Los
campesinos, antes de ingresar al monte en busca del sustento para dar
de comer a sus hijos y a su mujer. Llevan en su mente el deseo vehemente
en la apacible calma de un alma tranquila e imperturbable, como seguros
de que su pedido va ser cumplido y satisfecho favorablemente por
quienes, en su mente, llevan la fe puesta en una esperanza larga y
tediosa para quienes no saben pescar y cazar, ya que es una espera que
desespera.
Ya
los cazadores saben que hay que desmedirse en la cacería: una o dos
piezas es suficiente y nada más. porque, por lo demás ya se da por
sobreentendido lo que podía sucederles sino cumplen con las normas
dictadas por el espiritu que los mueve a ser correctos y sinceros, para
quien le proporciona bonsadosamente lo que necesitan para vivir. Además
no deben olvidarse de la promesa: "no matar a las crias y peor a la
madre en estado de preñez". Cuando esto sucede, el dueño del monte se
transmuta sexualmente para convertirse en una diosa femenina, una
tigresa, en algo asi como su pareja o compañera, es decir la protectora
de las crias y de las hembras y, es entonce que se les presenta como
macho, en carne y hueso, para entablar una tertulia nada amigable con
los despiadados cazadores que osan matar sin compasión a cuanto animal
se presenta al caño de la escopeta, la flecha y al bodoqui. Un tanto
rabioso y de mal humor, Bae Tupásh les increpa ante el asombro de
quienes ven a un hombre desnudo, peludo y feroz. Así que cuando se les
presenta , les interpela:
"
¿Quién de ustedes mató a mis crías? ¿Acaso no sabían por sus
antepasados que matar a las crías y peor a preñadas, es un crimen? ¿Que
por el propio bien de ustedes deberían dejarlas vivir? Y dirigiendose a
quien provoco su enojo le pregunta:
"Dime
imbécil y ambicioso hombre sin razón ni corazón, sin pensamientos ni
sentimientos. ¿Acaso te gustaría que deje a tu mujer y a tus hijos
huerfanos? ¿Qué as hecho con estas indefensas hurinitas que apenas
pueden caminar? ¿Qué vas a comer de ellas despues de sacarles el cuero?
¿Por qué matas a una hembra por parir? ¿Qué cazrás después para darles a
tus críos alimentos? Tu erros lo pagarás con la muerte"
Y
en un cerrar y abrir de ojos a Bae Tupásh le nace lo femenino, se
convierte en tigresa y se lanza sobre el infeliz, quien presa del
asombro y del terror, lanza alaridos que logran despertar del estupor a
sus compañeros de cacería, quienes inutilmente usan sus armas de fuego,
flecha y bodoqui contra la temible fiera que descuartiza y devora
delante de los demás al desgraciado que le desobedece, porque los
chumbos, plaquetas, flechas y piedras no le hacen nada al cuerpo del
niumitir (felino) que con una mirada de advertencia les hace escapar
despavoridos hasta perderse de la mirada del depredador del monte.
Blas Salas Saucedo y Hermógenes Salas Pericena.
Interpretación y recreación:
Ismar Dilio Salas Dorado.
Relato inicial:
Blas Salas Saucedo y Hermógenes Salas Pericena.
Interpretación y recreación:
Ismar Dilio Salas Dorado.
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