martes, 7 de mayo de 2013

Bae Tupásh

                                                

 
ERISIÍRS
 

El dueño y protector del monte



Cuentan muchos pobladores de nuestras comunidades chiquitanas, que los montes de nuestra región tan extensa, tienen su dueño y protector. Se trata de un Dios creador por el alma del pairr monkoka o paiconeca chiquitano, cuyo espíritu protector, por el bien de las tribus que cazan y pezcan, se encarga de darle lo que necesitan para la subsistencia, y es vengativo con aquellos que se desmiden en la depauperación de los recursos que nos brinda Bae Tupásh que es el amo y señor de todo lo que nos rodea.
Muchos iñumas cuentan historia fantasticas de este ser mitológico, fruto de nuestra estirpe chiquitana, que se halla encarnado en las mentes de los vivientes de cazadores del lugar, quienes atropellan montes en día sin sol y noches sin luna, en busca de la carne del monte para alimentar a su frondosa pole.
Las churapas aseguran haberlo visto caminar por los montes, bajo los árboles tachonados de bejucos y terrenos alfonbrados de espinas, sin punzarse o hincarse en su caminar descalzo, deslizandose cauteloso, sigiloso, y sin hacer ruido en su ir y devenir entre las hojas amarillas de bosque seco y caliente del precámbrico paradisiaco.
Algunaos aseguran haberlo visto cruzar los rios, caminando sobre el agua sin hundirse, como flotando sin posar sus pies entre los taropes que bordan de vede las aguas de los arroyuelos, aguadas y lagunas virginales. Hay quienes dicen haberlo visto zambullirse totalmente, y cruzar los rios de banda a banda, conteniendo la respiración por largo tiempo como si se tratara de un lobito de río o alondra en usca de peces y, lo más asombroso, verlo resurgir caminando sobre el lodo del pantano, sin ahogarse.
Los que aseguran haberlo visto vagar, sin antes haber escuchado hablar de él, suelen pensar que se trata de la "trampa"  o de un bulto extarviado en el monte y, debido a su aspecto grotesco, han preferido quedarse callados y con el temor contenido en la garganta. Dicen que anda como perdido, totalmente desnudo, con una piel gruesa, cubierta con abundante vellosidad con apariencia humana de abundante barba y bigote espeso que se confunden con su melena montarás y descuidada. Su cuerpo macizo y remachado, inspira a un hombre fuerte, resistente y feroz. Su pecho relumbra a los rayos del sol o de la luna clara. Su abdomen deja entrever una fibra musculosa de mucha tensión. Parece llevar, por encima de la rodilla un grueso caparazón semejante a una cascara árbol, grietosa, que bien podría decirse que es para no rasguñarse las piernas.
Le siguen los pasos, una enorme  yoperjobobo supervenenosa y mortal, un macono que sobrevuela por donde él va, al que aveces se lo suele ver posando en su cabeza mimetizando sus plumas con el color de la piel del dios Deuño y Protector del Monte.. Tambien le sigue un tatú, que en ocasiones se mete entre sus piernas y pierdes sus huellas de un rato a otro, para aparecer delante como encaminando a su señor. Estos bichos son los jichis que el hombre los considera como " espiritus protectores" de su estirpe,  de su familia, y que guían su caminar para que les vaya bien en sus cacerías, y no les suceda nada malo. Mas, cuando algo no le gusta al Dueño del Monte, él deja libre a la cascabel del chonono, la yoperjobobo, para que tome venganza por las ambiciones desmedidas de los cazadores o pescadores,  los que perecen o sucumben ante el temible Chovoreca o espíritu vengativo, que es la otra cara de Bae Tupásh, y cuyo nombre esta prohibido pronunciar entre los chiquitanos.
Los campesinos, antes de ingresar al monte en busca del sustento para dar de comer a sus hijos y a su mujer. Llevan en su mente el deseo vehemente en la apacible calma de un alma tranquila e imperturbable, como seguros de que su pedido va ser cumplido y satisfecho favorablemente por quienes, en su mente, llevan la fe puesta en una esperanza larga y tediosa para quienes no saben pescar y cazar, ya que es una espera que desespera.
Ya  los cazadores saben que hay que desmedirse en la cacería:  una o dos piezas es suficiente y nada más. porque, por lo demás ya se da por sobreentendido lo que podía sucederles sino cumplen con las normas dictadas por el espiritu que los mueve a ser correctos y sinceros, para quien le proporciona bonsadosamente lo que necesitan para vivir. Además no deben olvidarse de la promesa: "no matar a las crias y peor a la madre en estado de preñez". Cuando esto sucede, el dueño del monte se transmuta sexualmente para convertirse en una diosa femenina, una tigresa, en algo asi como su pareja o compañera, es decir la protectora de las crias y de las hembras y, es entonce que se les presenta como macho, en carne y hueso, para entablar una tertulia nada amigable con los despiadados cazadores que osan matar sin compasión a cuanto animal se presenta al caño de la escopeta, la flecha y al bodoqui. Un tanto rabioso y de mal humor, Bae Tupásh les increpa ante el asombro de quienes ven a un hombre desnudo, peludo y feroz. Así que cuando se les presenta , les interpela:
" ¿Quién de ustedes mató a mis crías? ¿Acaso no sabían por sus antepasados que matar a las crías y peor a preñadas, es un crimen? ¿Que por el propio bien de ustedes deberían dejarlas vivir? Y dirigiendose a quien provoco su enojo le pregunta:
"Dime imbécil y ambicioso hombre sin razón ni corazón, sin pensamientos ni sentimientos. ¿Acaso te gustaría que deje a tu mujer y a tus hijos huerfanos? ¿Qué as hecho con estas indefensas hurinitas que apenas pueden caminar? ¿Qué vas a comer de ellas despues de sacarles el cuero? ¿Por qué matas a una hembra por parir? ¿Qué cazrás después para darles a tus críos alimentos? Tu erros lo pagarás con la muerte"
Y en un cerrar y abrir de ojos a Bae Tupásh le nace lo femenino, se convierte en tigresa y se lanza sobre el infeliz, quien presa del asombro y del terror, lanza alaridos que logran despertar del estupor a sus compañeros de cacería, quienes inutilmente usan sus armas de fuego, flecha y bodoqui contra la temible fiera que descuartiza y devora delante de los demás al desgraciado que le desobedece, porque los chumbos, plaquetas, flechas y piedras no le hacen nada al cuerpo del niumitir (felino) que con una mirada de advertencia les hace escapar despavoridos hasta perderse de la mirada del depredador del monte.

 

Relato inicial:
Blas Salas Saucedo y Hermógenes Salas Pericena.
Interpretación y recreación:
Ismar Dilio Salas Dorado.

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